miércoles, junio 19, 2013

Los desafíos de la Alianza del Pacífico ¿QUÉ ES?

Los desafíos de la Alianza del Pacífico
Soberanía regional o periferia de lujo

Raúl Zibechi

ALAI AMLATINA, 18/06/2013.- Dos proyectos de 
asociación regional se enfrentan en América del 
Sur: la Alianza del Pacífico y la UNASUR. Ambas 
son incompatibles, responden a intereses 
geopolíticos opuestos que colocan a cada uno de 
los países de la región ante una disyuntiva. Ya no 
quedan espacios ni para ingenuidades ni para 
distracciones.

“Existe una cierta tendencia en nuestras 
perspectivas integracionistas a sobrecargar de 
ideología las lecturas sobre los diferentes 
proyectos subregionales”, escribió Carlos Chacho 
Álvarez, secretario general de Aladi (Tiempo 
Argentino, 2 de junio de 2013). Por esa razón 
considera que contraponer la Alianza del Pacífico 
al Mercosur ampliado, “resulta claramente un signo 
negativo, cuando no un retroceso”. De todos modos, 
Álvarez apuesta por la Unasur y la Celac “como los 
dos proyectos más ambiciosos e integrales de la 
región”, que al excluir a Estados Unidos y Canadá 
enseñan también su costado ideológico. (1)

“El continente se dividió”, apunta el ex 
presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso en 
referencia al nacimiento de la Alianza del 
Pacífico (Valor, 30 de noviembre de 2012). “De 
alguna manera perdemos nuestra relevancia política 
en el continente que era incontestable”, añade. 
Cardoso cree que la salida para su país es “una 
negociación a fondo con los Estados Unidos”, a la 
que “siempre tuvimos miedo”.

Deslizándose por encima de los dos bloques, el 
presidente peruano Ollanta Humala recibió a 
principios de junio a Luiz Inácio Lula da Silva, 
en el marco del foro “10 Años de la Alianza 
Estratégica Brasil-Perú 2003-2013”, y señaló que 
en diez años “se ha avanzado mucho en la 
integración peruano-brasileña y sobre todo en el 
entendimiento de que es una alianza natural para 
poder integrar un bloque bioceánico 
Atlántico-Pacífico” (La Voz de Rusia, 6 de junio 
de 2013).

En el mismo acto Lula recordó que una década atrás 
fue muy criticado en su país por firmar el acuerdo 
de integración con Perú, pues las elites 
brasileñas consideran que sólo se alcanzaría el 
desarrollo en base a relaciones comerciales con 
Estados Unidos y la Unión Europea: “América del 
Sur no existía, ni América Latina, no existía 
África ni los países árabes, yo creía que se podía 
cambiar la geografía comercial y política del 
mundo si creíamos en nosotros mismos, pero no era 
un discurso fácil”, sentenció el ex presidente.

Lula apoyó su discurso en datos irrefutables: el 
comercio bilateral pasó de 650 millones de dólares 
en 2003 a 3.700 millones en 2012. Las inversiones 
privadas brasileñas en Perú ascienden a 6.000 
millones de dólares y lanzó el desafío de exportar 
productos industriales y con elevada composición 
tecnológica con el objetivo de que ambas economías 
“puedan complementarse”. Conscientemente abordó el 
punto clave de cualquier proceso serio de 
integración.

Los TLC hilvanados

La Alianza del Pacífico nació en abril de 2001 con 
la “Declaración de Lima”, iniciativa del entonces 
presidente Alan García, entre cuatro países que 
tienen Tratados de Libre Comercio con Estados 
Unidos: México, Colombia, Perú y Chile. El 6 de 
junio de 2012 se firmó el “Acuerdo Marco de 
Antofagasta” por los presidentes Sebastián Piñera, 
Juan Manuel Santos, Humala y Felipe Calderón. 
Panamá y Costa Rica fueron los primeros miembros 
observadores, a los que luego se sumaron España, 
Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Uruguay, y en 
las siguientes cumbres se incorporaron Ecuador, El 
Salvador, Francia, Japón, Honduras, Paraguay, 
Portugal y República Dominicana.

Los defensores de la Alianza suelen decir que los 
cuatro países que la integran suman 200 millones 
de habitantes, representan el 55 por ciento de las 
exportaciones latinoamericanas y el 40 por ciento 
del PIB de la región. Dos destacados economistas 
de la región, el peruano Oscar Ugarteche y el 
brasileño José Luis Fiori, coinciden en analizar 
los procesos regionales como si fueran un juego de 
ajedrez, en el que la movida de una pieza por uno 
de los jugadores debe ir acompañada de una 
respuesta del otro contendiente adecuada al 
desafío recibido. Cuando se produjo el “golpe 
constitucional” que apartó a Fernando Lugo del 
gobierno, Paraguay fue separado del Mercosur y se 
le dio el ingreso a Venezuela. Del mismo modo debe 
interpretarse la creación de la Alianza del 
Pacífico: una respuesta a la creación de la Unasur 
encabezada por Brasil.

Cuando se formó la Alianza, Ugarteche sostuvo: 
“Los tres gobiernos sudamericanos del grupo 
(Chile, Colombia y Perú) tienen en común no haber 
firmado el acta de constitución del Banco del Sur, 
no tener acuerdos comerciales con el Mercosur 
vigentes, son observadores, tener TLCs firmados 
con Estados Unidos que aseguran arancel cero, lo 
que impide el acuerdo con el Mercosur cuyo piso es 
5 por ciento, y carecer de un sector industrial 
nacional significativo” (Alai, 26 de abril de 
2011). Su conclusión era que la Alianza es “un 
contrapeso a la influencia brasileña en 
Sudamérica” que “sirve no para competir sino para 
bloquear”.

Sin embargo, en un reciente artículo el economista 
sostiene que en los últimos tiempos “quien ha 
realizado los mejores movimientos ha sido sin duda 
la Alianza del Pacífico”, no tanto por sus propios 
méritos como por el notable estancamiento del 
Mercosur por el atasco en las relaciones entre 
Buenos Aires y Brasilia (Alai, 24 de abril de 
2013). Entre esos avances figura el acercamiento 
del Paraguay pos Lugo. Así y todo, la Alianza debe 
sortear numerosas dificultades entre las que 
destacan la oposición de sectores del empresariado 
colombiano a un acuerdo que no les genera nuevas 
oportunidades sino “un detrimento de la balanza 
comercial y del empleo”.

Las dificultades de la integración

Los datos sobre inversión extranjera directa (IED) 
pueden tomarse como una radiografía de la región. 
La IED ha escalado de forma exponencial en América 
del Sur, pasando de poco más de 30.000 millones de 
dólares anuales en los primeros años de la década 
de 2000 a 143.000 millones en 2012. Se multiplicó 
por más de cinco, según el último informe de la 
CEPAL. (2)

Vale la pena destacar que los tres países andinos 
de la Alianza del Pacífico pasaron de recibir una 
IED de 11.000 millones de dólares al comenzar el 
siglo a percibir 58.000 millones. El mayor 
crecimiento de la región. Pero lo que revela el 
carácter de las economías nacionales es el sector 
al que se dirigen.

Chile es el segundo país en volumen de IED, con 
30.000 millones de dólares en 2012, pero la mitad 
se invierte en la minería (49 por ciento) y un 
quinto en el sector financiero. Colombia recibió 
una IED de 15.800 millones de dólares, pero más de 
la mitad van a petróleo y minería. En Perú, que 
recibió 12.200 millones, sólo la minería absorbe 
bastante más de la mitad de las inversiones (quizá 
el 70 por ciento, aunque no hay datos).

En Brasil la relación es justamente la inversa: la 
industria manufacturera absorbe alrededor del 40 
por ciento de las inversiones (decayendo del 47 a 
38 por ciento en los últimos años) mientras las 
actividades extractivas concentran apenas el 13 
por ciento. Esto quiere decir que el grueso de la 
inversión extranjera, de 66.000 millones de 
dólares (la cuarta del mundo luego de Estados 
Unidos, China y Hong Kong), se dirige a sectores 
que generan puestos de trabajo calificados y 
agregan valor a la producción.

Argentina tiene una situación intermedia entre 
Brasil y los países andinos. Luego de una década 
de fuerte retracción, la IED hacia Argentina 
creció un 27 por ciento en 2012 hasta alcanzar 
12.500 millones de dólares. A fines de 2011 la 
composición sectorial de la IED acumulada en 
Argentina estaba concentrada en un 44 por ciento 
en la industria y un 30 por ciento en servicios.

Es cierto que toda la región sufre un proceso de 
desindustrialización como consecuencia de la 
competencia china. Pero los efectos son dispares: 
en algunos casos la dependencia de los bienes 
naturales es apabullante, convirtiendo a esos 
países en absolutamente dependientes de los 
precios de las commodities en las bolsas de 
valores y, muy en particular, de la evolución del 
mercado chino. Es posible que la mentada pujanza 
de la Alianza del Pacífico sea poco más que humo y 
se evapore cuando esos precios caigan.

Chile no es capaz de absorber productivamente los 
enormes flujos de IDE que recibe, toda vez que el 
26% son reinvertidos inmediatamente fuera del país 
por las subsidiarias chilenas de empresas 
extranjeras. La CEPAL concluye que el país andino, 
colocado como modelo a seguir por buena parte de 
los economistas de la región, es apenas “una 
puerta de entrada para otros mercados 
latinoamericanos”.

Según Fiori los tres países sudamericanos de la 
Alianza del Pacífico “son pequeñas o medianas 
economías costeras y de exportación, con 
escasísimo relacionamiento comercial entre sí, o 
con México”. El único país que tiene clima 
templado y tierras productivas, Chile, “es casi 
irrelevante para la economía sudamericana, además 
de ser uno de los países más aislados del mundo”, 
dice el economista brasileño.

Cree que la Alianza del Pacífico no tiene un 
futuro promisorio. Sus exportaciones son mayores 
que las del Mercosur, pero el comercio intrazona 
es ínfimo (dos por ciento del total exportado 
frente al 13 por ciento del Mercosur). En rigor, 
es una alianza comercial que no busca la integración.

El problema no radica tanto en las virtudes de la 
Alianza sino en los problemas que atraviesa el 
Mercosur. Por un lado, los cuatro países que lo 
crearon (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) 
exportan los mismos productos (básicamente soja y 
carne) a los mismos mercados. Con esa estructura 
de exportaciones no hay integración posible, que 
sólo puede forjarse sobre la base de la 
complementación productiva. Como apunta Fiori, 
desde la crisis de 2008 y a caballo de la 
expansión china, se han profundizado las 
características seculares de las economías 
sudamericanas que obstaculizan cualquier proyecto 
de integración: “El hecho de ser una sumatoria de 
economías primario-exportadoras paralelas y 
orientadas por los mercados externos” (Pontes, 
febrero 2013).

Por otro, y estrechamente ligado a lo anterior, la 
permanente disputa entre Brasil y Argentina por 
sus exportaciones industriales (automotriz y de 
electrodomésticos) está empantanando la alianza 
regional. Cada producto argentino que ingresa en 
Brasil, le hace perder puestos de trabajo, y 
viceversa. Los acuerdos comerciales existentes y 
la opción por la integración aún no se tradujeron 
en la creación de industrias capaces de 
complementarse.

En su balance de la inversión extranjera en 2012, 
la Cepal no deja lugar a dudas: “En América del 
Sur (sin incluir a Brasil), se ha ido 
profundizando un patrón de distribución de la IED 
en el cual los sectores basados en recursos 
naturales son claramente el primer destino”. La 
minería absorbió el 51 por ciento de las 
inversiones en la región, servicios el 37 y la 
industria apenas el 12 por ciento.

Hora de elegir

“Se puede decir con toda certeza que el ´cisma del 
Pacífico´ tiene más importancia ideológica que 
económica en América del Sur y sería casi 
insignificante políticamente si no se tratara de 
una pequeña franja del proyecto de Obama de crear 
una Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas 
en inglés), pieza central de su política de 
reafirmación del poder económico y militar en la 
región del Pacífico”, señala Fiori (Pontes, 
febrero de 2013).

Este es quizá el nudo de la cuestión. México es ya 
una pieza inseparable de la economía 
estadounidense. Luego de la crisis de 2008, que le 
impone serias restricciones presupuestales, la 
estrategia de los Estados Unidos consiste en 
“tercerizar” la administración de su poder global 
pero con el cuidado de impedir que surjan 
potencias regionales que amenacen su posición y en 
particular el predominio aéreo y naval. A través 
del sistema financiero, razona Fiori, la 
superpotencia sigue traspasando sus costos y sus 
crisis a terceros países, como sucedió con su 
principal aliado, la Unión Europea, manteniendo en 
tanto el “control monopólico de la innovación 
tecnológica”.

Ante este panorama, lo decisivo serán las opciones 
de los demás países, sobre todo el rumbo que 
adopte Brasil. El profesor Ricardo Sennes, 
analista internacional de la Universidad de Sao 
Paulo, sostiene que el crecimiento económico pos 
2002 “profundizó las divergencias entre las 
estrategias económicas de los países, así como se 
ampliaron las asimetrías entre Brasil y los países 
de la región” (3).

A esta dificultad estructural se suma que en 
Brasil prevalece “la preferencia por un patrón de 
relación regional basado en la proyección de las 
capacidades políticas brasileñas y no en un patrón 
de integración regional”. No es lo mismo la 
densificación de los negocios que una estrategia 
de integración. En su opinión eso debe a que 
existe una débil “coalición interna” a favor de la 
integración y se traduce en un elevado activismo 
diplomático que contrasta con la baja 
institucionalidad de la integración. En 
conclusión, “la regionalización, aumento de las 
relaciones regionales no derivadas de política y 
acuerdos entre estados, avanzó más rápida y 
profundamente que la integración regional”.

Eso se manifiesta en que los miembros del Mercosur 
han establecido acuerdos más profundos con países 
de fuera de esta alianza que entre ellos mismos. 
Sennes concluye que más allá de las declaraciones, 
“el proyecto regional de Brasil no integra el eje 
central de su estrategia internacional”. Suena 
fuerte, pero en modo alguno parece alejado de la 
realidad. En su apoyo, resume: preferencia por 
reuniones de cúpula antes que acuerdos 
institucionales; “integración económica rasa”, o 
sea focalizada en cuestiones comerciales 
bilaterales en detrimento de la integración 
productiva, financiera y logística; privilegiar 
agencias de crédito domésticas como el BNDES en 
vez de regionales; y apoyar las iniciativas 
privadas de inversiones en detrimento de acuerdos 
regionales de promoción de inversiones.

A partir de este cúmulo de dificultades, Fiori 
plantea una disyuntiva de hierro. Que Brasil y la 
región se conviertan en “periferia de lujo” de las 
grandes potencias, como ya fueron Australia y 
Canadá, con acuerdos de “socios preferenciales”, 
en línea con la propuesta de Cardoso y de las 
elites de cada país, atornillados al papel de 
exportadores de commodities. O bien emprender un 
camino alternativo, asentado en la autosuficiencia 
energética y los recursos naturales estratégicos, 
combinando “una industria de alto valor agregado 
como un sector productor de alimentos y 
commodities de alta productividad”, que no 
renuncie a la complementariedad y competitividad 
con Estados Unidos pero que “luche para aumentar 
su capacidad de decisión estratégica autónoma” 
(“Brasil e América do Sul: o desafío da inserçâo 
internacional soberana”, Brasilia, CEPAL/IPEA, 2011).

Las elites han hecho su opción y pelean por ella. 
La Confederación Nacional de la Industria (CNI) y 
la Federación de las Industrias del Estado de San 
Pablo rechazan cada vez con mayor vigor el 
Mercosur y ni siquiera toman en cuenta la Unasur. 
Aecio Neves, candidato por el Partido de la Social 
Democracia que representa a esos sectores, habla 
claro: “Tenemos que tener el coraje de repensar y 
revisar el Mercosur. En este sentido, la Alianza 
del Pacífico, es un ejemplo ya de movilidad y 
dinamismo” (La Nación, 9 de junio de 2013).

Esa claridad contrasta con las nebulosas y 
contradictorias posiciones del progresismo. En el 
actual panorama global, no hay lugar para la 
neutralidad. “Los que se consideran neutros son 
siempre países irrelevantes o que acaban 
sucumbiendo”, concluye Fiori. Por eso sostiene que 
la región debería construirse como “un grupo de 
países aliados capaces de decir no, cuando sea 
necesario, y capaces de defenderse, cuando sea 
inevitable”.

Notas

1) Aladi: Asociación Latinoamericana de 
Integración. Unasur: Unión de Naciones 
Suramericanas. Celac: Comunidad de Estados 
Latinoamericanos y Caribeños.
2) La Inversión Extranjera Directa en América 
Latina y el Caribe 2012”, Santiago, 2013.
3) Revista “Tempo do Mundo”, Vol. 3, No. 2, 
Brasilia, diciembre 2012.

- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en 
Brecha y La Jornada y es colaborador de ALAI.

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